Queride:

Espero que el verano te haya tratado bien. Yo ya estoy de vuelta en Madrid, después de mis vacaciones más largas en bastantes años, y aprovechando los últimos días del agosto madrileño, en el que se paran los compromisos sociales y nadie espera nada de ti, que como hijo único terminal es algo que disfruto mucho. Puedes imaginarme como Itsaso Arana en La virgen de agosto pero viendo cortos y haciendo cocina de aprovechamiento en vez de ir a verbenas y enamorarme de suicidas.

Como ya te conté en la newsletter anterior1, parte de mis vacaciones consistió en ir, por primera vez en 10 años, al festival de Paredes de Coura, así que he decidido saltarme mi propio formato ya en esta segunda carta y contarte un poco cómo fue. Estas son mis notas del festival:

Quería hacer alguna foto medio guay para ilustrar esto pero se me olvidó, así que solo tengo las que hice para indicarles a mis amigues dónde estaba en los conciertos.

Vaya por delante que, como galego del sur de familia progre, he sido condicionado toda mi vida para romantizar Portugal. Aún así, creo que no exagero cuando digo que el rollo general del festival es bastante paradisíaco y mucho menos alienante que el de la mayoría de festivales a los que he ido. Sí, lleva Vodafone en el nombre (y, peor aún, el escenario pequeño, que además es en el que tocaban los grupos más punkis, lo patrocina una casa de apuestas), pero han sabido mantener con éxito las vibras medio hippies de las que entiendo que proviene, ayudados en gran parte por un entorno natural increíble.

Paredes consigue un equilibrio muy bueno entre ser una experiencia a grandes rasgos disfrutona, con su río, sus bebidas relativamente baratas y sus horarios intempestivos, y que no sientas que te están obligando demasiado a pasártelo bien. No se incentiva el hedonismo desmadrado de despedida de soltero de guiri que puede hacer agobiantes otras experiencias parecidas, pero la posibilidad de estar de after hasta que salga el sol y luego dormirla junto al río está ahí para quien la quiera. Y aunque hay presencia de marcas, no se encuentra uno rodeado de 800 activaciones instagrameables, y los puestos de venta pertenecen mayoritariamente a negocios locales. Dicho de otra manera: la última vez que fui al Primavera me vi obligado a comer una hamburguesa de Vicio, tal vez la empresa cuyo branding más odio en esta Tierra, mientras que en Paredes la mayoría de los días comía en un puesto de comida vegetariana más o menos casera.

Este año se agotaron los abonos, juraría que por primera vez en la historia del festival, y se notaba que estábamos llegando a los límites de lo que podía sostener. Especialmente durante el fin de semana, la aglomeración obligaba a hacer un tetris de toallas para encontrar un hueco junto al río, o tener que esperar un buen rato al sol para conseguir el primer café de la mañana, introduciendo conceptos como pillar sitio con tiempo o hacer cola que deberían ser antitéticos a lo que uno espera de una agradable mañana de festival.

Una de las cosas más asquerosas de la vida en un país occidental en 20252 es esta sensación de que cualquier cosa buena va a durar solo lo que tarde alguien en darse cuenta de que la puede explotar hasta romperla por completo. Ha habido mucho discurso este año con lo de no revelar en redes la ubicación de las playas buenas, y creo que con esto pasa lo mismo. Siento una mezcla de culpa y frustración en tanto que soy parte del problema, porque aunque sienta Paredes como más o menos propio (solo fui una vez antes, pero he comprado el abono al menos un año más, y en general al tenerlo cerca de Vigo siempre ha estado presente en mi imaginario festivalero), lo cierto es que no había vuelto a acercarme hasta este año, motivado en gran parte porque otros festivales en España se han vuelto prohibitivamente caros. Es agotador que no haya ninguna manera de buscar alternativas de consumo más asequibles o cómodas o humanas sin al mismo tiempo estarle arruinando el plan a otra persona. O turistificas o eres turistificado, hagas lo que hagas3.

En cuanto al cartel: si bien está muy bien en términos generales, en el sentido de que hay un buen número de artistas que me parecen interesantes, es un poco triste la manera en la que siguen estando aislados estancamente los géneros, entendiendo la palabra en los dos sentidos: por un lado, parece que solo hay espacio para o bien música de guitarras (durante el día) o bien electrónica (durante la noche), sin más hibridación que la que uno le pueda encontrar a un Perfume Genius o unos Black Country New Road, por ejemplo; y por otro, la paridad de género ni se cheira.

Estos dos problemas se juntan en lo que llamo el Hueco Tiktok, la franja horaria (hacia las 10-11 de la noche) en la que el festival endosaba todas las propuestas más poperas y más enfocadas al público femenino. El problema es que, si solo hay un nicho para artistas de este tipo, se va a ver cubierto por los proyectos que más público aglutinan, que (no siempre pero a menudo) no son los más interesantes. No hay un espacio para el fan del pop más o menos alternativo, o por ejemplo del rap, que quiera ver algo más complejo que Lola Young. Dicho de otra manera: si Magdalena Bay hubieran estado de gira no habría habido dónde meterlos, y eso es a todas luces un fracaso moral.

MJ Lenderman & The Wind estuvieron correctos, hicieron bien la cosa que hacen y causaron unos buenos momentos de catarsis entre los hombres deprimidos del público. A mí me pasó como me pasa con su música de estudio: me parece bien en general, pero no logro conectar con ella de una forma tan visceral. Intentando descifrar qué tiene Lenderman que no tengan alguno de los otros 800 artistas que hacen rock un poco triste y un poco country, llegué a una conclusión que no sé si será una absoluta meada fuera del tiesto, pero que como mínimo me parece interesante de considerar: su música da una salida más o menos sana y no facha al sentimiento de haber perdido algo que tienen (tenemos, supongo) los hombres heterosexuales en pleno 2025.

El día anterior a este concierto comentaba con Néstor que el equivalente español a eso de los americanos de que hace falta un Joe Rogan de izquierdas es que necesitamos una Radio Primavera Sound para los chavales, porque parece que sus únicas opciones de modelo de conducta online son entrepreneur vigoréxico misógino o gamer agraviado misógino. MJ Lenderman parece proponer una tercera vía, haciéndose cargo de esa herida que está en el centro de todo pero reconduciéndola hacia una autocompasión que tampoco me parece ideal, pero sí al menos más honesta. Lenderman se pasa todo su último disco (que toma su nombre de la idea de que el cantante es “un capullo manejando fuegos artificiales junto a la hoguera”) llamándose a sí mismo feo, tonto e inútil, y de esta manera puede expresar un dolor, de carácter personal pero también social, sin volverlo hacia el otro, como han hecho históricamente gran parte de las canciones de desamor masculino.

Fui solo a Joey Valence & Brae, porque la primera noche de maldormir en pendiente había hecho estragos en las energías del resto de mi grupo, y viví por primera vez la experiencia de ser el notas este que qué hace aquí. Todo el mundo allí era más joven que yo, fumaba más que yo (que fumo un total de 0) y tenía menos cejas que yo. Creo que puedo afirmar con seguridad que era la única persona con treinta años y una totebag en el pogo, pero una combinación del cansancio y la inyección de adrenalina de THE BADDEST (con la que abrieron y cerraron, como tiene que ser, y que honestamente no entiendo que no sea la canción más famosa del mundo) hizo que todo eso me diera igual.

Sabe Dios que no soy yo una persona a la que le cueste poco no sobrepensar cualquier situación social, y especialmente estando solo con un puñao de chavales modernos, pero el contexto lo ponía fácil, y oye, qué cosa más liberadora. Perdón a mi yo de hace unos años, para el que ser el treintañero que está dando vergüenza ajena en un concierto que claramente no es para él era uno de los peores destinos posibles, pero no me arrepiento de nada. Volví a la tienda sintiéndome como si me hubieran dado una paliza, así que supongo que pagué mi penitencia.

Nunca había escuchado a Mk.gee por una especie de rechazo snob tontísimo, así que su concierto fue mi introducción a su música en general. Como sospechaba, es música fundamentalmente “de vibras”, hecha para sonar de fondo en una cafetería de especialidad sin despertarle sentimientos muy fuertes a nadie, pero dentro de eso hay buen gusto a la hora de escoger y sintetizar sus referentes, y hay al menos una idea, que es la de aplicar una lógica digital, casi cercana al datamoshing, a un estilo retro y por lo tanto analógico.

Que una de las figuras más importantes de la música de guitarras actual suene a Phil Collins escuchado a través de unos auriculares de la Renfe rotos es a la vez deprimente, por lo que implica la primera mitad de la frase, y muy estimulante, por la segunda, y es entre esos dos polos entre los que se mueve Mk.gee.

Reseñas rápidas del resto de conciertos que vi decentemente:

  • Zaho de Sagazan: bastante cringe, mayoritariamente del bueno.

  • Vampire Weekend: tan buenos que no tengo nada interesante que añadir aparte que muy bien, que enhorabuena por la música.

  • Perfume Genius: en sala mejor, no es un concierto hecho para verlo siendo un señor pequeñito en medio de un escenario grande.

  • Lola Young: tremenda energía de haber empezado subiendo versiones de Amy Winehouse a youtube (peyorativo).

  • Soft Play: único grupo que dedicó una canción a los vapeadores entre el público y les pidió que exhalaran una nube gigante de humo de vaper.

  • The Hellp: en directo se me hizo más evidente su condición de puro revival del indie sleaze, y me da pereza decidir si su relación con la nostalgia dosmilera me parece bien o mal, porque para eso ya estaba la newsletter anterior.

  • Geordie Greep: parecía que al separarse black midi, Greep se había quedado con la parte más teatrera y dejado atrás el virtuosismo prog, pero en este concierto de 1 hora en el que solo se tocaron 6 canciones se demostró que puedes sacar al niño repelente del conservatorio pero no al conservatorio del niño. Su presencia escénica nos recordó unánimemente a Chiquito de la Calzada.

  • Black Country, New Road: me pillaron en un momento del festival en el que ya estaba cansado y vulnerable emocionalmente: lectore, me emocioné. Luego leí en reddit que a la gente le parecía que estaban de mal rollo, pero yo creo que solo son así de insoportables.

  • Lambrini Girls: único grupo que inició un cántico insultando a J.K. Rowling por terfa.

  • Ela Minus: toca de espaldas al público, con una cámara grabándole la cara y proyectándola en el escenario, lo que hace que se pase el concierto poniendo caras como de tiktoker que me pusieron un poco nervioso.

  • Ana Frango Elétrico: la única persona capaz de hacer que la gente baile y coree a las 5 de la tarde en el último día de festival.

  • Hinds: bastante cringe pero del malo.

  • Sharon Van Etten: Seventeen es un temazo increíble, pero los otros 55 minutos de concierto consisten en canciones que son como Seventeen pero peores.

  • Air: lo mismo que Vampire Weekend pero con mejor juego de luces, así que enhorabuena por eso también.

Otras cosas que me apetece contarte

  • Estoy comprometido con no dejar que mi trabajo contamine este espacio, pero en este caso concreto hay algo relevante para les lectores de esta newsletter: el 19 de septiembre se estrena One Hand Don’t Clap, un documental sobre el calypso con el que me lo he pasado muy bien en casa y sospecho que se pasa aún mejor en una sala de cine, por su énfasis en las actuaciones en directo. Contiene la mejor (y única) canción sobre que hay que tener cuidado con los terroristas porque andan locos que he escuchado nunca, y a un cantante de calypso con el increíble nombre Black Stalin.

  • El club de lectura de Pynchon sigue teniéndome atrapado, pero en el AVE camino a Galicia me leí la primera mitad de Tell Me I’m Worthless, de Alison Rumfitt, cuyo siguiente libro, Brainwyrms, me dejó sensaciones encontradas por ser demasiado evidentemente el producto de una mente desquiciada para siempre por culpa de twitter. El caso es que este por ahora me está pareciendo bastante mejor, una actualización de la novela de casas encantadas a lo Shirley Jackson en la que el verdadero fantasma es la transfobia, que dicho así da muchísima pereza pero prometo que en la ejecución no tanta.

  • El otro día me encontré por el barrio un cartel de esta cosa:

    Solo quiero que sepas que si alguna vez has tenido la tentación de reivindicar a La Oreja de Van Gogh, te considero culpable de esto y no voy a olvidarme ni a perdonarte.

Y esto es todo. Escribiré de nuevo antes de que acabe el verano, probablemente. Mientras tanto, cuídate mucho, aguanta como puedas la rentrée, y aprovecha el breve período en el que el entretiempo es una cosa.

¡Hablamos pronto!

1  Se me ha sugerido, para evitar las dudas sobre el género de “newsletter”, adoptar “boletín” o “gaceta”; me parece demasiado hasta para mí.

2  Dentro de lo más o menos frívolo. Ya sé que hay genocidios y fascismo y esas cosas.

3 Salvo que recurras a la muy noble y cada vez más tentadora opción de simplemente no hacer nada, pero eso también me da rabia porque creo que los pobres y/o socialmente concienciados también deberíamos poder divertirnos un poco.

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